jueves, 24 de marzo de 2011

Carta a mi Esposo

Este "cuento" lo escribí para una clase el semestre pasado (¿o habrá sido el antepasado?) en memoria de los fallecidos en los atentados del once de marzo de 2004 en Madrid, España.


Es medianoche. Abro los ojos y lo único que veo es oscuridad. Entre dormida y despierta, puedo sentir tu brazo izquierdo alrededor de mi cintura y tu respiración ruidosa cerca de mi oído. Vuelvo a cerrar los ojos y me dedico a pensar en ti.

En una fotografía perdida entre pensamiento y sueño puedo ver tu cara asomada en una ventana, mirando atentamente hacia la calle. En cuanto estoy lo suficientemente cerca para que me reconozcas puedo ver cómo se ilumina tu cara al distinguirme entre la multitud.

Recuerdo aquella mañana cuando nos conocimos en el tren. Yo llevaba una margarita como prendedor en mi saco. Tú la tomaste y la pusiste en mi cabello. Me sonrojé y te bajé la mirada, sintiéndome ridícula por haberme sonrojado ante un extraño. Te dije eso, y tú me respondiste preguntándome cómo me llamaba. Te contesté que me llamaba Cecilia, y tú alzaste una ceja e inclinaste la cabeza antes de decirme, "Si no quieres decirme no tienes que hacerlo, pero no mientas." Con el comentario se me fue el suelo de los pies, y no dudé en responderte que mi nombre era Sofía. "Yo soy Héctor, Sofía, encantado de conocerte. Ves, ya no somos extraños." Acto seguido me regalaste la primera de las más de mil sonrisas que llevo orgullosa conmigo a todas partes. Es gracioso cómo una persona de carácter tan fuerte como tú puede tener una sonrisa tan bella. Probablemente yo soy la única que piensa que tu sonrisa es hermosa. Con aquel lunar que tienes arriba y del lado izquierdo de tu boca, y la cicatriz del lado derecho, sé que la gente no opina que tu boca sea bonita, pero para mi lo es. Además de que las arrugas que tienes en la frente por tanto fruncir el ceño no dan precisamente la expresión de que sonrías mucho que digamos. También puedo ver a mi madre, poniendo alfileres en mi vestido de novia, diciéndome que era la novia más guapa en éste mundo, pero que si no comía mejor iba a parecer que yo era mi hermana probándose mi vestido. Ese día me reí como nunca.

Es tarde, y puedo sentir cómo el estupor va ganando terreno contra mis deseos de permanecer despierta. Sin quererme parar de la cama, lo dejo que me venza, deslizándome lentamente hacia un estado de conciencia donde sueño todavía más que cuando estoy despierta.

***
Por alguna extraña razón sueño contigo. Puedo vernos a los dos sentados en la banca de un parque, el día anterior a nuestra boda. Hablábamos de nosotros, y yo, sin parpadear, sin moverme, casi sin poder respirar te confesé que siempre había sido demasiado seria para mi propio bien, y sin embargo a tu lado aprendí a reír y a soñar. Recuerdo también que aprendí a llorar, pero lo más importante que tú me enseñaste fue a amar.

En otro sueño puedo vernos a mí y a mi hermana, quien sí se llama Cecilia, hablando de ti. "Es que no es normal que la gente sienta tanto," me decía, "¡ese hombre se ha convertido en tu vida! No me quiero imaginar lo que te pasaría si algún día te abandonara."

Ante esto yo sonreí. Me causaba mucha gracia que Cecilia pensara que tú serías capaz de hacer tal cosa, y le respondí, "Ay, Ceci, deberías de tener un poco más de confianza en las personas. Héctor jamás haría una cosa así."

Eso la mantuvo callada por unos instantes, y yo aproveché para observarla a detalle. Como siempre iba vestida de negro. Hasta el armazón de sus anteojos era negro, lo cual resaltaba el color rubio de su cabello, recogido como de costumbre, en un chongo muy estirado. Su cuerpo demasiado delgado hacía que sus articulaciones se notaran un poco más que en la mayoría de las personas, y sus facciones duras la hacían parecer enojada como siempre, aunque su cara jamás ha sido expresiva. De hecho, pensé, la única expresión facial que la he visto tener además de su sonrisa maliciosa, es cuando abre los ojos más de lo normal, casi siempre cuando se enoja. Su piel demasiado clara hacía resaltar el color negro de sus ojos, que parecían tener intenciones de quemarme con la mirada. Pensé por un momento en un comentario que había escuchado a mi abuela hacerle a mi madre cuando era pequeña.

"Tus hijas son preciosas, Liliana, pero ten cuidado con Cecilia. Esa niña es como una víbora, y además sus comentarios ponzoñosos tienden a volverse realidad…" no escuché más que eso.
"Bueno, está bien, suponiendo que no te abandone, ¿qué harías si tu precioso Héctor se muere algún día?" me dijo Cecilia.
Recordando el comentario de la abuela, me enfurecí y le grité, "¡Ya, Cecilia, deja de decir tonterías!" Con mi grito enmudeció, y me pareció por un momento que lo que decía la abuela era verdad, mi hermana sí parecía una serpiente que devoraría al más bello de los Ángeles si la oportunidad se le presentara. Después de eso mamá tuvo que pasar varios días convenciéndome de que la invitara a nuestra boda.

***
Despierto de golpe, más consciente que hace rato, pues el sueño me desagradó. Todavía puedo escuchar tu respiración junto a mí, pero ya no siento tu brazo alrededor mío, y supongo que te dio calor. Para espantar el sueño, decido ocuparme en recordar momentos lindos. Pienso en lo alto que te ves junto a mí, y como invariablemente tienes que agacharte para saludarme o besarme. Me acuerdo de la facilidad con la que mi cara cabe en tus manos enormes, y me pregunto cómo es posible que alguien tan enorme como tú pueda tener tal delicadeza, pues siempre pensé que las personas grandes tendrían cierto grado de torpeza. Puedo sentir como una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro al recordar la sensación en la boca de mi estómago cuando me besas las comisuras. También pienso en cómo las cosas más simples de la vida cotidiana logran hacerme la mujer más feliz del mundo. Por ejemplo la ilusión con la que preparo la comida cuando sé que llegarás temprano del trabajo. Me rio hacia mis adentros al admitir que cuando por fin llegas y te veo cruzar la puerta casi puedo morir de amor, y pienso que soy la mujer más afortunada del mundo por tenerte a ti. Pienso en todas las ocasiones en las que hemos tenido largas conversaciones sin decir ni una palabra. Mirarnos a los ojos era suficiente para saber lo que el otro pensaba, igual que aquella mañana en el tren. Las palabras no eran más que una simple cortesía para las demás personas. En mi mente puedo ver tu cara iluminarse cuando me ves, así halla pasado tan sólo un minuto desde que me viste por última vez. El cansancio me vence de nuevo, y lo último que pienso antes de volver a quedarme dormida es en lo cómico que se ve que alguien enorme como tú, y además de rizos oscuros y expresión seria, se alegre tanto al ver a alguien tan pequeño y simple como yo. Mis facciones son aceptables. Mi piel es mucho más morena que la de mi hermana y mi madre, pero sigue siendo clara. Mis pómulos son altos, y mi nariz bastante derecha. Algunas personas inclusive piensan que soy bonita, pero a mí me sigue pareciendo gracioso el contraste de mi tamaño y simplicidad con la excentricidad de tu belleza tremenda. Con éste último pensamiento me quedo dormida y empiezo a soñar de nuevo.

***
Sueño con mi madre. En mi sueño estamos las dos sentadas en la cama de mi antiguo cuarto en casa de mis padres, hablando, para variar, de ti. Ella sonreía de verme tan feliz, y se notaban en su cara las arrugas alrededor de su boca y de sus ojos. Considerando su edad, a mí me impresionaba que no tuviera ni una sola arruga en la frente, pero es lógico que no las haya tenido, si siempre sonreía. No recuerdo haberla visto enojada nunca. Su cabello negro y abundante le llegaba hasta la mitad de la espalda, y su fleco casi hasta las cejas. Al acercarme en el sueño, puedo ver que estábamos viendo un álbum de fotografías. Viendo sus manos pensé que, aunque se veían rojas y cargadas con los años, eran mucho más bellas que las de Cecilia.
"En esta foto saliste hermosa," me dijo, "¿te acuerdas? Estamos en la playa cuando tú y tu hermana tenían como cuatro y seis años." Pude recordar la foto un poco y le sonreí,
"Claro que me acuerdo. Cecilia hizo berrinche tres días completos por que no le gustaba el agua fría del mar." Mamá se rió y me dijo,
"Es cierto, y a ti te encantaba el agua y la arena. Pasaste todo el viaje recogiendo conchas en la orilla, y por las noches bailando descalza en la arena cuando creías que no podíamos verte." Con su comentario las dos nos echamos a reír,
"Ya no recordaba eso," le dije entre carcajadas, "aunque no sé cómo se me puedo olvidar ese viaje tan increíble." Ella, con una sonrisa sabia me contestó,
"Creo que yo sé cómo es que te olvidaste de eso, y ahora debemos bajar para cenar con la razón de tu olvido y con tu hermana."

Bajamos la escalera para encontrarnos con ustedes. Cecilia, como siempre que habla contigo, tenía cara de disgustada, y la arruga en tu frente estaba más marcada que nunca, pero se disolvió en cuanto me viste bajar la escalera. Ese día después de la cena me comentaste lo bien que te caía mi madre.
"Liliana es un verdadero ángel," me dijiste, "aunque tal vez tu hermana debería aprender un poco de ella." Esto se me hizo curioso, pues normalmente eres reservado cuando alguien no te agrada, pero no me preocupé, pues era obvio porqué lo decías. En verdad mi madre siempre has sido muy dulce y linda. Con sus ojos azules que parecen sacar rayos X de tu alma, su apariencia pequeña y de huesos anchos, su bondad impresionante y sus comentarios reservados pero simpáticos, era casi inimaginable no adorarla.

***
Despierto sin querer con los primeros rayos de luz que se asoman por la ventana. Ya no puedo escuchar tu respiración, y me pregunto si te habrás ido a trabajar sin despedirte de mí. Como quisiera seguir durmiendo, intento seguir la idea de mi sueño y me pongo a pensar en mi madre. La recuerdo sentada en un parque conmigo, diciéndome que tú eras la antítesis del hombre. Yo me reí muchísimo, pues sabía que ella tenía razón. Toda la vida has estado dispuesto a ayudar en la casa. Jamás has estado demasiado cansado como para no tener una sonrisa lista para regalarme, y siempre has estado más que feliz de cumplirme cualquier capricho que yo pudiera tener, aunque éstos nunca fueron muchos. Antes, todo el tiempo estabas de buen humor y sonriente, soñabas viajes al Caribe, querías que tuviéramos niños. Siento que eso fue hace muchísimo tiempo.

***
Abro los ojos de golpe y observo el cuarto iluminado brillantemente por el sol. Mi corazón se siente como una piedra cuando me golpea, por fin despierta, la cruda realidad. Es verdad que eso fue hace muchísimo tiempo. Hace seis años que no hablamos ni de niños ni de trabajo ni de nada. Me siento en la orilla de la cama y recuerdo aquella mañana. Desperté al sentir el calor de tu mano sobre mi mejilla. Los primeros rayos de luz se colaban por el horizonte e iluminaban tu rostro apenas lo suficiente para poder ver tus rizos negros y abundantes y tus enormes ojos color Azul Caribe que me robaron el aliento. Recuerdo haber pensado que eras el hombre más bello del mundo, y a tu lado yo, con mi cabello negro y mis ojos color Verde Aceituna, me sentía la más guapa. Me dijiste que ya te ibas a trabajar, y prometiste que por la tarde iríamos al cine, justo antes de despedirte de mí con un beso en los labios.

Me paro de la cama y recuerdo escenas sin sonido. Mi cara distorsionada en un grito. Dos personas deteniéndome fuertemente para evitar que corra. Fuego, humo y cenizas por todas partes. Al fin recuerdo lo que pasó, y me siento morir. Quiero arrancarme el corazón mientras siento mi alma quemarse y mi sangre hervir en las llamas de mi memoria. Entonces veo la fecha en el periódico de hoy y recuerdo con un frio mortal, que de mi alma, mi corazón y mi sangre, lo único que queda son cenizas.

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